Desde la ventana se asoma la tarde. Los ascensores del otro edificio transportan la verticalidad, ningún sentido de urgencia desde aquí. Esta es una historia de confeti, horas quedarán suspendidas entre las estancias de los consultorios. ¿Se abrirá una nueva ruta hacia la confusión? La geometría se desdobla: la vida despierta de su propio letargo, su encuentro con el destino será tornasol. No toda dimensión es precisa: los acabados del consultorio mantienen cierto orden con las maquetas y modelos dentales; me gusta que el doctor tenga una foto con Peña Nieto. Las preguntas no caben en ningún sitio: ¿por qué, entre todos los no elegidos, tuve que fragmentarme? ¿por qué mis maxilares? Incluso las preguntas son consideraciones inocentes, diásporas enervadas que flotan sus colores cerca del piso. No recuerdo la caída pero los que hemos intimado una relación con la gravedad, sabemos que es inútil resguardar resistencia. Ceder también acerca la compostura de no requerir asideros. ¿Cómo regresar y pronunciar? ¿Habría que salir siempre ileso de la vida? Localidades de papel: el diccionario sirve para distinguir el agujero interior de las referencias; a veces, nuestra boca labra magnitudes parecidas y su sonrisa fatiga una ola que rompe hacia otros significados. Creo que eso siento recostado en la estación dental mientras transcurre la resolana en los ventanales de los elevadores; sumergiéndome hacia un pantano nostálgico, manglares que traman y reposan la húmedad: la señorita Carpio ya no me mirará igual, los espejos tampoco sonreían, comer se volverá una actividad solitaria, el resplandor tendrá nuevos tonos, las palabras no resonarán como antes. ¿Por qué ahora, en lo que parece la última ola de juventud? Tengo 21 años, aún puedo coquetear con los mechones de cabello rizado aunque se me hayan resentido desde que repetí el quinto semestre de actuaría. ¿No sería un poco más justo poder interpolar diez años menos de vida a cambio de una juventud más desatada? Veo el sol e intento no sentirme triste, no resguardar resentimiento alguno para no viciar los siguiente días, semanas o años. No rayar el disco de la memoria, aprender a reconocer las capas donde termina el recuerdo antes que la nostalgia desgaste otros espacios más allá de las encías, los huesos rotos o los dientes colgando. Cierto que ya no disfruto apagar la luz de los ascensores ni ver mi reflejo sin mechones. Reconocerse luego de la erosión aunque la vida sople en dirección contraria; gradualmente, la anagnórisis se vuelve completa cuando uno va tramando, convirtiéndose parte de las otras personas que suben o bajan sin una distinción definida.
🖭 Junio de 2023.