Torrente Tenorio

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Pt. 1, Vol. 3.4: ¿Quién soy yo? Un hombre sin nombre

Los personajes son una invención sin un origen determinado, pasean sobre el laberinto blanco de las páginas susurrando trazos, líneas y ciertas características elementales a su autor. Sin embargo, los rasgos más importantes de cada personaje no provienen de las intuiciones del autor, los gestos distintivos suelen ser de una materia desconocida que le infunde viveza visceral y verosimilitud al personaje. Esta especie de destilación mágica se refleja ante el público que queda absorto, el personaje termina por conquistar a su audiencia pues ha expuesto su naturaleza: la ficción. Sus intenciones quedan al desnudo pues ahora vemos que esa materia desconocida conformaba una función del propio personaje: reflejar a la sociedad. Si sucede lo anterior, estamos frente a un personaje verdadero, un personaje literario que nos rebasará en cualquier aspecto. Son esta clase de personajes los que constituyen un tópico pues provienen del imaginario colectivo. Podríamos pensar en diversos arquetipos que recorren su propia senda hasta conquistar su sitio dentro de la tradición literaria; tenemos, por ejemplo, a los graciosos de las obras dramáticas que aligeran y brindan dinamismo, están los antagonistas que develan las debilidades o los secretos sórdidos del héroe, las mujeres fatales que brindan las únicas definiciones de amor posibles y los viajeros que recorren la vida en busca de sentido. Dentro de este breve recuento literario, podemos hallar —si la suerte nos conduce por su doble filo—, a uno de los personajes emblemáticos de la literatura: el seductor, y no cualquier seductor, encontramos que quien nos mira, desde su propio anfiteatro, es Don Juan Tenorio.

Este libro digital reúne dos obras clásicas que corresponden a diversas interpretaciones dramáticas sobre el personaje de Don Juan, por ello nuestro título viene en plural: Don Tenorios. Probablemente incluir dos libros no sea la mejor estrategia editorial pero este ensamble fue necesario para nosotros al invitar al lector a tomar asiento en la mesa de Don Juan Tenorio. Tanto El burlador de Sevilla y Convidado de piedra de Tirso de Molina, así como Don Juan Tenorio de José Zorrilla, son dos muestras cumbres del teatro español que provienen de dos estéticas similares: el barroco y el romanticismo. Por su parte, el texto de Tirso de Molina pertenece a los Siglos de Oro y desde tiempos del mercedario, la obra ya era emblemática y tan representada que fue descrita como comedia famosa. En ese sentido, José Zorrilla se enfrentó a una cuestión crítica pues el desafío era ofrecer una reinterpretación que igualara o superara la versión de Tirso de Molina. ¿Cuál sería el resultado de una intervención si el artista desconoce el lenguaje y los silencios que moldearon una época? Pocos autores intentan rebasar los referentes de una tradición bien asentada pues tendrían que ofrecer un nuevo clásico, pero Zorrilla tenía 27 años y sobre todo, era un romántico que encarnaba al personaje de su obra: perseguido por elegir una vida errante, busca enmendar su trayecto. Probablemente, muchos lectores consideran que El burlador de Sevilla es superior al Don Juan Tenorio, esto es cierto si sólo analizamos el estilo literario de ambas obras. Encontramos que los diálogos y la estructura de cada una de las jornadas de El burlador de Sevilla conforman un entramado que no escatima los recursos poéticos y literarios dispuestos por Tirso de Molina; por otra parte, la obra de Zorrilla es perfecta al satisfacer a su audiencia en un sentido escénico. Cabe retraerse y mencionar que aunque el texto tirsiano triunfó dentro de la polimetría de los corrales, la obra no fue siempre aceptada por las generaciones que le sucedieron. Quizá dos factores pueden explicar lo anterior: el estilo barroco de la obra y la censura moral que enjuiciaba la pertinencia de que un miembro de una orden monástica fuera tentado por la literatura y se dedicará a escribir comedias. Lo anterior lo define Franco Quinziano al estudiar las lecturas posteriores al Burlador de Sevilla, específicamente durante la Ilustración; críticas que se ejercieron desde una preceptiva mesurada pero muestran diversos elementos que nos interesan:

Pietro Napoli Signorelli, amigo de los dos Moratines y prestigioso estudioso del teatro español, tanto aurisecular como dieciochesco, entre los méritos que le asigna al texto de Zamora destaca el haber despojado a El burlador, por él concebido como favola mostruosa y stravagantissima composizione, de innumerables inverosimilitudes. El autor napolitano acusaba además a Tirso de desenfrenada fantasía, culpable, en su visión, de acumular una sucesión numerosa de eventos de tal modo que superaba en exceso a sus contemporáneos.1

I: Quinziano, Franco. “El Burlador de Sevilla en la cultura italiana del XVIII: historia y perfil de una recepción”. Cervantes Virtual, p. 06.

Y aunque no parezca importante que al señor Napoli Signorelli no le gusten los excesos de Tirso de Molina, su registro nos acompaña para dimensionar más allá de las licencias poéticas pues ambos dramas comparten el vínculo con el que se construyen: la fantasía, esa invención desenfrenada que se refleja tanto en el barroco como en el romanticismo para formar fábulas monstruosas. Notemos, por ejemplo, que la descripción con la que José Zorrilla acuñó a su Don Juan Tenorio: drama religioso-fantástico en dos partes no es tan distante a la noción de exceso del señor Signorelli. Otro de los vínculos lo conforma el personaje de Don Juan Tenorio como predecesor romántico: el Burlador de Sevilla retratado por Tirso de Molina cumple con los rasgos ideales para ser considerado un personaje prerromántico: Porque Romanticismo significa libertad absoluta en todos los ámbitos: la única ley que acepta el romántico es que no tiene que existir ninguna ley 2. Viñas Piquer, David. Historia de la crítica literaria, “Introducción a la crítica romántica”. Ariel, España, 2008. p. 263.. Ambas obras son extraordinarias composiciones de teatro, ambas obras nos seducen al exponer su desenfrenada fantasía conjugada hasta dimensionar el texto en una representación escénica que nos deleita tanto como lectores o como espectadores, perseguir ese deleite constituye nuestro esfuerzo editorial.

Pt. 02, Vol. 5.0; V. 1.87: La seducción

Nuestro mundo occidental tiene su origen en la seducción; no sólo está la posesión del cuerpo de la otra persona, la conquista se plantea completa si cambia la gnosis del otro. Encontramos lo siguiente en el libro del Génesis:

La serpiente dijo a la mujer: “No es cierto que morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses y conocerán lo que es bueno y lo que no lo es.”3

3: Deus. “Capítulo 3. La tentación y la caída. Génesis. La biblia latinoamericana. España. 2005. p. 03.

Conscientes desde ese momento, la pareja edénica padecerá vehemencia y se tergiversaran las fronteras de su mundo. Las cartas que ha jugado la serpiente han modificado el universo original, esta nueva deriva le abrirá la entrada hacia un escenario que se expandirá constantemente. Este artificio tiene un distintivo doble: cambiar al otro es imponer significados. La conquista es un ejercicio antiguo que mantiene su definición al ejercer una visión predominante, los seductores son agentes que modifican, trastocan y burlan el orden simbólico; no es menor que la serpiente sea emparentada en diversas culturas con el fuego —elemento de la transmutación. Sin la serpiente, ya no se podría inscribir nuestra condición humana en otra línea del Génesis: Yavé vió que la maldad del hombre en la tierra era grande y que todos sus pensamientos tendían siempre al mal. Ibidem, "El diluvio" p. 07.

Otro de los seductores que han marcado nuestro imaginario reside en la figura de Prometeo. Titán proveniente de una estirpe oceánica, sus hazañas son recordadas por los diversos embustes hacia los dioses mayores. Esencialmente, su nombre reluce ante nosotros por haber robado el fuego de las fraguas olímpicas, uno de los lugares imposibilitados para la humanidad. Prometeo también rompió con una frontera divina, su castigo fue la clausura y la tortura eterna en el Cáucaso: al haber regalado el fuego a la humanidad, una águila devoraría su hígado —vícera relacionada con el calor latente y la transmutación interna del cuerpo. Prometeo le brindó un signo inefable a la humanidad, una forma para columbrar el horizonte nocturno al imaginar hazañas relucientes, un sol doble o artificial capaz de reproducir la luz. Desde aquí ambas mitologías (griegas y hebreas) cruzan el mismo río para hacernos beber sus aguas seglares: Zeus reprendió a la humanidad con una mujer de arcilla hecha por Hefesto llamada Pandora, ella quedaría cautivada y rendida ante un jarrón de barro que condenaría a toda su estirpe a beber siempre de aguas inciertas. Junto a la presencia mítica de Prometeo, se puede señalar el lazo lumínico con otro de los arquetipos relacionados al fuego: Fósforo (Phōsphoros) —cuyo teñido mitológico figura más con las asociaciones del amanecer—, es una entidad que representa el lucero del alba o la estrella de la mañana; su deriva en nuestra lengua devino con el tiempo hasta el nombre de Lúcifer, figura imposible de opacar dentro de la tradición cristiana al representar el episodio de la soberbia y encarnar la seducción. Quizá aquí llegamos a otro punto, la seducción es llamativa, radiante y representa un intercambio. ¿Qué ofrecen los seductores que es imposible de rechazar? Tanto Prometeo como la serpiente geneática armaron a la humanidad con una herramienta para fracturar el orden original; ambos ofrecieron una perspectiva: ver con otros ojos ese abismo que es el universo rutilante. Cabe destacar que aunque ambos trastocaron a la humanidad, su traición no viola el orden divino pero sí su estatismo original; ambos seductores conjugan un emblema que comparten: el fuego, su resplandor seduce. 🔥 ¿Qué tipo de seductor es Don Juan Tenorio? ¿Qué delirio nos promete el personaje? Es aquí donde volvemos a sentarnos para compartir el vino y el queso en la mesa de Don Juan Tenorio. El escenario de penumbra se abre y los personajes comienzan a hablar pues detrás de las invenciones desenfrenadas del padrecito Tirso de Molina y las fantasías de José Zorrilla se encuentra la figura de Don Juan Tenorio, un personaje que ambos dramaturgos iluminaron con velas, deleite ígneo: nuestro seductor siempre emana fuego.

Pt. 03, Vol. 9.3, V. 7.0: Don Juan Tenorio

¿Quién es Don Juan Tenorio? ¿Por qué otros autores, además de Tirso de Molina y José Zorrilla se han rendido ante su figura? ¿Qué representa el personaje de Don Juan Tenorio? ¿El ideal de libertad de cada época? ¿El libertinaje consumado de una sociedad? Don Juan Tenorio es un torrente de fuego y fue Tirso de Molina quien lo define desde la primera escena, íntima escena de gozos y burlas, con una coherencia absoluta:

Don Juan

Duquesa, de nuevo os juro	
de cumplir el dulce sí.

Isabela

¿Mis glorias serán verdades,
promesas y ofrecimientos,
regalos y cumplimientos,	
voluntades y amistades?

Don Juan

Sí, mi bien.

Isabela

Quiero sacar
una luz.

Don Juan

Pues, ¿para qué?

Isabela

Para que el alma dé fe	
del bien que llegó a gozar.

Don Juan

Mataréte la luz yo.

Isabela

¡Ah, cielo! ¿Quién eres, hombre?

Don Juan

¿Quién soy? Un hombre sin nombre.


☙ Ese es nuestro Tenorio: un acertijo sin rostro, una sombra lacerada de luces, un remiendo de alma ataviado de alta costura, palabras siempre afiladas dichas con lentitud pero con un relámpago en la mirada, un oxímoron que reúne la contraposición de un personaje antiguo, proveniente de una moral rígida, necia y hasta absurda, con el dinamismo vigente de Don Juan Tenorio. En un examen difícil de superar, Salvador Novo describe la figura literaria que perseguimos:

La figura del Burlador de mujeres apuesto, arrogante, engreído, nace de una pluma monástica de la España del Siglo de Oro. Su cuna es el teatro, marco propio para quien ha de satisfacer los impulsos a la vez narcisistas y extravertidos. Con el nombre —que no ha de cambiar a lo largo de sus reencarnaciones— Don Juan entra gustoso a escena, a triunfar frente a un público que ha de ver encarnar en las audacias del libertino sus propios sometidos anhelos de ser como Don Juan.5

5: Salvador, Novo. “Breve genealogía de Don Juan”, Prólogo de Don Juan Tenorio. Editorial Porrúa. México, 2009. p. ix

Salvador Novo desnuda con agudeza al personaje: la sociedad lo ha formado y necesita, desea, sobre todo, anhela la existencia de Don Juan Tenorio para encontrar cierta liberación dentro del personaje que encarnará el deterioro de una sociedad convulsa y viciada, el personaje que resalta la dualidad de una sociedad socarrona que condena y desprecia al personaje que le refleja: es por sí solo, una literatura entera, resume Salvador Novo sobre este personaje sevillano e inagotable.

Uno de los pasajes recubiertos de voces abrasadoras que describen ese desenfrenado genio con el que Tirso de Molina invistió a su Burlador, puede hallarse en el primer encuentro entre Don Juan y Tisbea. Ella es pescadora de la tierra de Tarragona, mucho se jacta en cómo sus redes desprecian el amor que le profesan los hombres: desprecio soy / encanto a sus suspiros sorda, hasta que a lo lejos ve naufragar el barco de Don Juan: Pero al agua se arrojan / dos hombres de una nave / antes que el mar la sorba. Allí se entrecruza el destino de ambos bajo el hechizo funesto que despliega la pluma de Tirso de Molina para describir el aliento saturnal de Don Juan Tenorio:

Tisbea

Mancebo excelente,
gallardo, noble y galán.	
Volved en vos, caballero.

Don Juan

¿Dónde estoy?

Tisbea

Ya podéis ver;
en brazos de una mujer.

Don Juan

Vivo en vos, si en el mar muero.
Ya perdí todo el recelo	
que me pudiera anegar,	
pues del infierno del mar	
salgo a vuestro claro cielo.	
Un espantoso huracán
dio con mi nave al través,	
para arrojarme a esos pies	
que abrigo y puerto me dan.	
Y en vuestro divino oriente	
renazco, y no hay que espantar,
pues veis que hay de amar a mar	
una letra solamente.

Tisbea

Muy grande aliento tenéis	
para venir sin aliento	
y tras de tanto tormento
mucho tormento ofrecéis.	
Pero si es tormento el mar	
y son sus ondas crueles,	
la fuerza de los cordeles	
pienso que os hacen hablar.
Sin duda que habéis bebido	
del mar la oración pasada,	
pues por ser de agua salada	
con tan grande sal ha sido.	
Mucho habláis cuando no habláis,
y cuando muerto venís	
mucho al parecer sentís;	
¡plega a Dios que no mintáis!	
Parecéis caballo griego	
que el mar a mis pies desagua
pues venís formado de agua	
y estáis preñado de fuego. 🔥
Y si mojado abrasáis,	
estando enjuto, ¿qué haréis?	
Mucho fuego prometéis;
¡plega a Dios que no mintáis!

Don Juan

A Dios, zagala, pluguiera	
que en el agua me anegara	
para que cuerdo acabara	
y loco en vos no muriera;
que el mar pudiera anegarme	
entre sus olas de plata	
que sus límites desata,	
mas no pudiera abrasarme.	
Gran parte del sol mostráis,
pues que el sol os da licencia,	
pues sólo con la apariencia,	
siendo de nieve, abrasáis.

Tisbea

Por más helado que estáis,	
tanto fuego en vos tenéis, 🔥
que en este mío os ardéis.	⚭
¡Plega a Dios que no mintáis!


❡ Ese es nuestro hombre, un seductor que transforma los escenarios con pocas y febriles palabras: de amar a mar / una letra solamente. Su esencia es brillar ante la mirada incrédula de los otros, un oficio apabullante ante ojos que no habían previsto tales resplandores; esa es la figura de Don Juan Tenorio.

Tiene la literatura espacio para resguardar sombras y misterios. Justo ese es el espacio de Don Juan, un poema homónimo de José Zorrilla escrito cerca de 1878; es decir, el autor ha sufrido la vida, tiene 62 años y senil confiensa: Yo no soy ya lo que fuí: / y viendo cuan poco soy, / dejo a los que más son hoy / pasar delante de mí. Es un poema largo, orientado hacia las voraces lunas del pasado que engulleron la vitalidad del poeta: no puedo ya la voz mía / pedirle otra vez al viento; es un poema con una retrospectiva pasmosa donde aún se escuchan los primeros versos que le dieron fama a Zorrilla: ese vago rumor que rasga el viento. Los versos de este poema son imperdibles pues aunque largos se muestran, le llevó a su autor padecerlos durante 62 años; en ellos, es notable cómo Don Juan Tenorio, el personaje adoptado por Zorrilla, se adueñó de su autor al saltar fuera de las páginas para deambular en busca de nuevas burlas: Pero nadie me hace caso / por más que hablo a voz de grito / porque este Don Juan maldito / por doquier me sale al paso. ¿Por qué sucedió esto? se pregunta José Zorrilla: ¿qué tiene, pues, mi Don Juan? Todo el poema ensaya una respuesta a lo anterior pero el siguiente fragmento reconoce aquellas palabras dichas por Salvador Novo: entra gustoso a escena, a triunfar frente a un público que ha de ver encarnar en las audacias del libertino sus propios sometidos anhelos de ser como Don Juan:

Del fondo de un monasterio
donde le encontré empolvado,
yo le planté remozado
en mitad de un cementerio:

y obra de un chico atrevido
que atusaba apenas bozo,
os parece tan buen mozo
porque está tan bien vestido.

Pero sus hechos están
en pugna con la razón,
para tal reputación
¿qué tiene, pues, mi Don Juan?

Un secreto con que gana
la prez entre los don Juanes;
el freno entre sus desmanes:
que Doña Inés es cristiana.

Tiene que es de nuestra tierra
el tipo tradicional:
tiene todo el bien y el mal
que el genio español encierra.

Que, hijo de la tradición,
es impío y es creyente,
es baladrón y es valiente,
y tiene buen corazón.

Tiene que es discreto y es zurdo,
que no cree en Dios y le invoca,
que lleva el alma en la boca,
y que es lógico y absurdo.

Con defectos tan notorios
vivirá aquí diez mil soles;
pues todos los españoles
nos la echamos de Tenorios.

Y si en el pueblo hallé
y en español le escribí
y su autor el pueblo fué…
¿por qué me aplaudís a mí?

Frente a este personaje nos enfrentamos: casi terminó por enloquecer a José Zorrilla pero también le brindó paz en sus últimos días. Cabe mencionar la tradición anual de escenificar el drama de Don Juan Tenorio durante la semana que corresponde al día de todos los santos; como se dijo antes, la obra de José Zorrilla es perfecta como pieza teatral; es el texto tirsiano el que construye a un Don Juan Tenorio abrumante, cargado de signos y destellos retóricos que se mezclan hasta conformar la verdadera conquista: nos entregamos a un personaje que deberíamos odiar.

Parte IV, Vol. 11, V. 3.0: El cisma del conquistador

¿Quién representa la figura actual del seductor? Con las dos obras que el lector tiene delante, se dará cuenta que Don Juan Tenorio interpela los signos sacros de su entorno y se recrea en los incendios que provoca. ¿Acaso las atrocidades que comete Don Juan Tenorio en las dos piezas teatrales nos siguen pareciendo calamidades? Esas dos cuestiones podrían rebasar el campo literario e insertarse en el umbral de la moral. Mejor regresemos con José Zorrilla: ¿qué tiene, pues, mi Don Juan? / [...] todos los españoles / nos la echamos de Tenorios. Efectivamente, no sólo los gachupines tienen sus delirios ya que todos nos la echemos de Tenorios.

Pertenecemos a una sociedad que adora a los personajes deleznables, a los seductores con millones de seguidores en sus cuentas de Instagram o TikTok. Esos personajes son los nuevos avatares de una sociedad que baja la mirada frente al derroche que expresan estas nuevas figurillas. Es indudable que las tendencias de las plataformas digitales modifican las preferencias, interacciones y el acercamiento de su público. Cada seguidor ofrece poca resistencia frente a la imagen que le brinda su influencer de preferencia: se maquilla y viste con sus productos, adopta sus expresiones o marcas fonéticas pues tal persona representa una tendencia, una marca de éxito. Seguir la moda no es nuevo, Don Quijote pensó que vistiendo unos trastos viejos como armadura se armaría caballero, los dandis estafaban por llevar un capote y la Ilustración impusó el uso de pelucas rizadas, escotes imposibles y malloncitos pegados. El problema es que cada escenario tuvo sus contrapartes en la siguiente generación; los aspectos formales con los que se construyó el mundo digital funcionan mediante el estatismo: cambiarán las tendencias y bailecitos de los nuevos héroes pero no los espacios donde se codifican sus expresiones. Las plataformas digitales seducen por su ausencia crítica: todo es un gran monólogo reconstruido por las preferencias del usuario, todo es un edén personal donde no existe el riesgo de una serpiente o alguna Pandora con la promesa de un mundo en extensión hacia lo desconocido, hacia lo otro. Y si en un principio, las redes sociales representaron un espacio libre donde se podía hablar al desnudo; pronto el escarnio vió la oportunidad de montar una mecánica mercantil para traficar con las relaciones interpersonales. Plataformas como Tinder, Badoo, Pure, Lovoo, Facebook Dating o Telegram desarrollaron en las relaciones afectivas diversos modelos de negocio donde los datos de los usuarios se transforman en relaciones capitales sin restricciones. En estos espacios virtuales impera la imagen, el retoque de los atributos, el apresurado acto de deslizar con el dedo la vehemente promesa del placer sin tocar cuerpo alguno: serán entonces como dioses, fueron las palabras de la serpiente; subsiste esa idea de interpretarnos como dioses, por ello inundamos nuestros espacios virtuales con las mejores poses, bailes, historias y reflejos: intentamos seducir al otro, marcar nuestra existencia por encima de cualquier contacto personal. Esa siempre ha sido nuestra naturaleza: buscar la parecencia con los dioses. ¿Tan largo me lo fías?, diría el Burlador Sevillano, es allí que encuentro la respuesta no sólo a las preguntas que iniciaron esta sección; también a la justificación editorial de publicar estas dos obras magistrales, respuesta que también encontramos en ese verso de José Zorrilla que nos describe: todos nos la echamos de Tenorios.

06 de junio de 2022, Ciudad de México.
♌ Eduardo Yael.

Bibliografía:

Quinziano, Franco. El Burlador de Sevilla en la cultura italiana del XVIII: historia y perfil de una recepción. Cervantes Virtual. https://www.cervantesvirtual.com/obra/el-burlador-de-sevilla-en-la-cultura-italiana-del-xviii-historia-y-perfil-de-una-recepcin-0/ (fecha de consulta: junio de 2022)

Viñas Piquer, David. Historia de la crítica literaria. Ariel, España, 2008.

Anónimo, La Biblia. Edición latinoamericana. España. 2005. p. 03.

Zorrilla, José. Don Juan Tenorio. Editorial Porrúa. México, 2009.

Hazañas y La Rúa, Joaquín. Génesis y desarrollo de la leyenda de Don Juan. http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000203307 (fecha de consulta: junio de 2022)

Said Armesto, Víctor. La leyenda de don Juan: orígenes poéticos de El burlador de Sevilla y Convidado de piedra. http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000232788 (fecha de consulta: junio de 2022)


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