1.
La mosca
nunca es libre:
es presa
de sus alas.
Tal como tú
que crees huir
pero me llevas
en la mente
y en ese corazón
rancio
que ya nunca
latirá
por nadie.
2.
Abril, a mediodía
Salgo a caminar
con el perro, que jadea
y ladra entusiasta.
En la caminata
diviso un reflejo
en una banqueta.
“Es una moneda”,
me digo y avanzo
en su dirección.
Aquello me hace sentir bien,
como el niño que recibe
un obsequio inesperado.
Era un escupitajo,
recién lanzado,
solitario y agónico,
con seguridad lanzado
por un zombi
o un tuberculoso
próximo a la muerte.
El perro ni se enteró.
3.
Es una intermitencia
que se cruza
entre los amantes
condenados a buscarse,
en medio de las ruinas
de la ciudad en llamas.
¿Será el azar?
¿La falta de previsión?
¿La perplejidad
de las emociones?
Es un temor humano:
el misterio de la entrega dulce,
a media luz,
al borde del colapso.
Es un temblor meridiano
que nos fractura
como una línea que viaja
de un lado a otro,
a través de la angustia
de quienes se ignoran.
Es una fisura
en la punta de su lengua.
4.
No sonrías,
mejor no sonrías.
La tuya no es una risa
soltada al azar
por una ocurrencia,
sino un efecto
del padecer de otro.
Estruendosa
si es producto
de una maldad
orquestada por ti.
No sonrías,
mejor no lo hagas.
El mundo es un mejor
lugar para vivir
cuando no resuena,
y lo único que nos aportas
es la felicidad
inconmensurable
de tu silencio.
5.
No hay éxito
que con más justicia
pueda llamarse tal,
que acariciar la piel
del otro, en esa frontera
que divide la sorpresa
de una acción esperada.
Es el asalto tibio
a una geografía
de exquisitos
y delicados vellos,
casi imperceptibles,
alrededor
de constelaciones
formadas por lunares
salpicados al azar.
El resto es besar,
que no el silencio.
6.
La última galleta de la caja
está partida a la mitad.
Hay morusas a su alrededor.
Nadie me observa y la reviso
con el ánimo de un fiscal.
De un lado quedó la mermelada;
del otro, un pedazo de amistad.
No es amistad, es cierto,
sino un trozo de nuez,
aunque al final es lo mismo.
Trato de unirla: ya no embona,
lo que es triste por irreparable.
Elijo dejarla a su suerte
para no intervenir su destino.
Quizá aún existe como galleta,
pero con la forma de trozos
que viajan dispersos a la deriva.
7.
Medito por la tarde
sobre la escritura de un poema.
Anhelaba cantar la tragedia
del tiempo, sus accidentes
y su modo triste de fugarse.
Luego pensé en volver a la épica,
con su estruendo de caballos y de lanzas.
Antes de seguir acudo al sanitario.
Días atrás me sacaron un diente.
Me miro de cerca al espejo.
Me detengo con nostalgia,
luego con amargura.
Quizá apenas importa
si tengo o no tengo un diente;
o todos, en línea,
blancuzcos y oraculares.
Pero a mí me importa
y me acongoja.
Ya no tengo un diente
sino un boquete
que no necesita más poemas
para recordarme
el paso del tiempo.
Al menos tengo algo,
dirá algún socarrón,
para preservar mi lamento.
Ojalá se le caigan todos.
8.
Meto la mano en el suéter
y me encuentro un clip.
Es pequeño, está doblado.
Se utilizó para mantener
papeles unidos.
Antes de lanzarlo a la avenida
lo tuerzo con gentileza
hasta regresarlo a su posición original.
Batalla un poco, pero luego cede.
Segundos antes de lanzarlo
concluyo que yo soy el clip,
en las manos de una sociedad
que no tendrá la gentileza
de enderezarme antes de
lanzarme a la basura;
a que me pierda, inocente,
entusiasta aunque sin malicia,
como tantos de sus hijos
en el olvido más inaudito.
9.
Eres un ave de rapiña
y no te equivocas
al llegar a mi cadáver.
Te nutriría por días,
pero mi carne
nunca será tuya.
10.
Te burlas como las hienas.
Es una risita entrecortada,
que se encima una sobre otra,
emergente y abrupta.
Casi un temblor.
Pienso en apodarte “hiena”,
aunque de pronto me llegan
a la cabeza imágenes
de ese noble animal
que debe alimentarse
con la carne cruda en la estepa.
Es un sobreviviente.
Tú sólo eres carroña
que se imagina un cazador.
Desconoces tu lugar.
Te falta la gracia de la hiena,
su paso sutil y ese pelaje de rey
africano en medio de la nada.
También te faltará un apodo.
Tu lista de carencias se alarga,
indecente y caliginosa.
Ya termino este poema.
11.
Salgo de la cena.
Porque vivo cerca
opto por caminar
para volver a casa.
Una farola solitaria
ilumina la acera.
Tiene acento poético,
de película vieja,
en blanco y negro
hablada en francés.
Por el exceso de vino,
siento un motín
en el estómago.
La salida es inminente.
Suelto el vino
en una jardinera seca
y desmemoriada.
No sentí contrición
por aquel acto cavernario.
Quizá de aquello
podría nacer vida.
Cuando camino
por esa avenida,
venero el silencio
de aquella farola.
12.
Años después,
una mujer que fue mi pareja
me escribe para decirme
que estuvo embrazada de mí
y decidió abortar, a mediodía.
Ya no le respondo.
Me quedo con la convicción
de que el mundo sucede
detrás nuestro,
que se arquea
con el paso de los años
y sólo de manera ocasional
se acerca para susurrarnos.
Con eso
y menos aún,
vivir.
13.
Me rompí la uña de un dedo
y me duele.
Es un dolor íntimo,
que llega al centro de mi cuerpo.
Y sólo es un trozo de uña
en el borde del dedo índice.
No soy quejumbroso,
pero me duele toda la mano.
No puedo hacer nada.
Me resisto a dejar la cama,
a visitar la oficina de gobierno
para hacer frente a las obligaciones
que impone la aventura de estar vivo.
Esta uña rota no es una tragedia,
me dicen, y yo estoy de acuerdo.
No es una tragedia sino dos, tres o cien,
reunidas en un solo dolor
que me hace agonizar
y lamento tener dedo, mano, vida.
14.
En medio de un sueño
un pájaro se posó en mi hombro
y me dijo que algunos de ellos ignoraban
que su conversación era música
para los seres humanos,
pero que en cuanto lo adivinaban
(es algo de la edad),
se esforzaban para hacer
que fuera inolvidable.
Sin decir más, un segundo después, voló.
Nunca volví a verlo.
Luego de aquello ya no escucho
su conversación como si fuera música.
La escucho como las notas
pasionales y gratuitas
de un tímido que nos observa sin mirar,
mudo desde una banca
del parque.
15.
Lo que llamas
abajo
puede ser
cualquier
sitio.
16.
El payaso se ríe
cuando te mira reír.
Es un acto reflejo.
Tú que lo eres
sin maquillaje y sin saberlo,
careces de la gracia
y risa natural,
no tienes permitido
ser apenas nada más
de lo que ya eres por decreto:
una bola de pelusa
al viento, sin filiación,
ya no digamos raigambre.
17.
Extraño a la enciclopedia Encarta.
Wikipedia son millones de galaxias.
Hay días en que sólo necesitas
un dato sobre un planeta
y no la historia de sus átomos.
El botón “cerrar” será el nuevo
nirvana para una generación
que no sabe decir “basta”.
18.
Ya me duelen los huesos
con el frío,
si permanezco sentado
largo tiempo,
me duelen al levantarme.
Eligen la inmovilidad,
quedarse quietos
el mayor tiempo posible.
Hice mucho deporte
cuando era joven
y ahora se rehúsan
a ejecutar su tarea.
Los cuatro meses de frío,
padezco.
Es la peor temporada del año.
Tiene la ventaja de que escribo
con mayor ahínco,
pues el dolor me obliga
a la reclusión en casa.
Luego escribo que me duelen
los huesos por el frío.
Quien afirmó que la poesía
es producto del dolor,
no se equivocó.
Ahora mismo me duelen
las articulaciones
de los dedos, y me lamento.
19.
La vida nos obligó
a una pausa de veinte años
y por azar nos hallamos de nuevo.
Cada uno producto de su vida,
bajo el peso de los hechos
producto de las buenas o malas decisiones.
Pero los labios son los mismos.
Aún tienen esa forma que permite
un embone perfecto
para dar lo mejor de sí.
Las formas que se reconocen
simétricas nunca dejan de buscarse,
y sólo en algunos casos,
elegidos por Dios mismo,
se les permite eliminar
la nostalgia de la separación.
Es un renacimiento.
20.
Las mangas de esta camisa
me quedan muy grandes.
Ya no recuerdo si yo la compré
(lo dudo),
o si fue un regalo
de la época decembrina.
Ya no importa.
Importa que me hace pensar
en los beneficios
de tener los brazos más largos.
Batallaría menos por alcanzar
el control remoto
aunque tallaría por más tiempo
al momento de bañarme.
Parte del día se me fuga
en meditaciones gratuitas.
Nos queda pensar
que nuestras proporciones
son las correctas,
que no hace falta crecer más
o acortarse (si se pudiera).
Algunos dirán, no obstante,
que uno debe aprender el arte
de resignarse lo antes posible.
Cuesta trabajo hacerlo
ante esta meditación fugaz
que me sucede
cada que me pongo la camisa.
21.
Me sugiere saltar
y yo salto.
Me sugiere vivir
y yo trato.
Mejor aún
si ya no sugiere
pues ni besa
ni me asalta.
22.
Abro un cajón
para buscar hilo.
Lo tenía todo
menos hilo.
Recordé tu corazón,
que lo tiene todo,
excepto amor
—al menos para mí.
23.
Este manual de autoayuda
sugiere acudir a un espejo
y plantarse firme
para mirarse el rostro.
No dice qué debemos buscar.
Quizá ni el autor lo sabe
o no tiene espejos en su casa.
Utiliza un lenguaje ambiguo
que lo dice todo y nada,
para que los libros
no dejen de venderse.
Yo no tengo espejos en la casa
así que no puedo seguir su juego.
Soy la palabra sin rostro
que anda a gatas
en medio del tumulto,
a la espera de ser invisible.
24.
Ya no leo a Shakespeare.
Lo encuentro lejos de mí
y de aquello que vivo.
La vida no sucede
con esa perfección mortífera.
Hay malvados que triunfan
y bondadosos que padecen.
Ninguna vida sucede
como lo hace en sus obras.
Es una perfección gélida,
invertebrada, producto de un ser
con el alma quebradiza.
Mejor ya no leo a Shakespeare.
25.
La poesía
se disfruta más
con una copa
de vino.
Más aún si es
un vino descorchado
cuatro, cinco
o nueve días atrás.
Lo mejor
pocas veces
puede hallarse
en la novedad.
26.
Lo que más aprecio
de los poetas
es la capacidad
sintética de sus palabras.
Entre más dicen,
más pierden.
O más revelan su ansia
de ser atendidos
y mostrarse eruditos.
Ya todo está dicho.
Lo que nos queda
es la felicidad íntima
de arriesgar una mirada
al hecho que fluye.
Y ser breve.
Tan breve que casi resulte
imperceptible.
27.
Siempre quise una novia
llamada Selma.
No me fue concedido.
Tampoco busqué con afán.
Selma es una sonoridad
que revuelve mi espíritu.
Es un giro del piso
que sucede para que caiga
y no vuelva a levantarme.
Si te llamas Selma,
mejor nunca me busques.
Ya estoy tranquilo así.
28.
Nunca he estado en prisión
así que no tengo un diario
escrito en dicho lugar.
Dudo que alguien
busque el encierro
—así sea por poco tiempo—,
pero yo lo aprovecharía
para hacer apuntes
sobre la vida cotidiana,
los presos y los guardias.
Escribiría: “lluvia por la tarde,
hallé cuatro piojos
debajo de mi almohada”.
O: “quisiera ser libre para ser poeta
y escribir debajo de un fresno”.
Anotaría que aquello que nos orilla
a vivir es la experiencia
que brota de conocer la línea
que separa la vida de la muerte,
invisible aunque categórica.
Y luego destruiría todo,
en un simulado ataque de locura
que hiciese pensar a los otros
sobre literatura y prisión.
Después sería muy feliz.
29.
Te prefiero sin bañar,
a media luz,
con restos de maquillaje
en las pestañas
y un fino sabor a sal.
Así te beso extasiado,
sin más aromas
que los de tu cuerpo,
avivados por las caricias
y el robo de las horas.